23 may 2013

El esplín de Baudelaire




Alegoría


Es una mujer hermosa y de porte sensual, 
Que en su vino deja arrastrar la cabellera
Los arañazos del amor, las pestes del burdel,
Todo desliza y todo se mitiga en la dureza de su piel
Ella ríe de la Muerte y se burla del Libertinaje
Monstruos cuya mano, que siempre socava y siega,
En sus juegos destructores, ha respetado sin embargo
La ruda majestad de ese cuerpo firme y erguido.
Anda como una diosa y reposa como sultana
Tiene en el placer una fe mahometana
Y en sus brazos abiertos, que resaltan sus pechos,
Apela a los ojos de la raza humana
Cree, sabe, esta virgen infecunda
Y necesaria sin embargo para la marcha del mundo,
Que la belleza del cuerpo es un don sublime
Que arranca el perdón de cualquier infamia
Ignora el Infierno como el Purgatorio,
Y cuando llegue la hora de entrar en la Noche oscura,
Mirará la cara de la Muerte,
Como un recién nacido, -sin odio ni remordimientos.






Allégorie


C'est une femme belle et de riche encolure,
Qui laisse dans son vin traîner sa chevelure.
Les griffes de l'amour, les poisons du tripot,
Tout glisse et tout s'émousse au granit de sa peau.
Elle rit à la Mort et nargue la Débauche,
Ces monstres dont la main, qui toujours gratte et fauche,
Dans ses jeux destructeurs a pourtant respecté
De ce corps ferme et droit la rude majesté.
Elle marche en déesse et repose en sultane;
Elle a dans le plaisir la foi mahométane,
Et dans ses bras ouverts, que remplissent ses seins,
Elle appelle des yeux la race des humains.
Elle croit, elle sait, cette vierge inféconde
Et pourtant nécessaire à la marche du monde,
Que la beauté du corps est un sublime don
Qui de toute infamie arrache le pardon.
Elle ignore l'Enfer comme le Purgatoire,
Et quand l'heure viendra d'entrer dans la Nuit noire
Elle regardera la face de la Mort,
Ainsi qu'un nouveau-né, — sans haine et sans remords.


2 may 2013

Marzo del 76



Grávida de toda gravidez, plena la panza, los ojos, el alma, iba derribando miradas, aquella sorna de todos, la suspicacia de los biempensantes, ávidos de fracasos, que no le dieran ni un crédito, ni un comino valía  ¿no ven? Corva la espina al mango, voluminosa,  para que no quepan dudas. No me atosiguéis señores, chacun son tour, es el mío, aquí vengo, de vuelta de mil noches, de millones de lágrimas, aquí vengo a cumplir la ley.
El  otoño se insinuaba y cursaba la sexta luna. En el departamento de Garay, a media cuadra de la estación Remedios de Escalada, entraba mucha luz. No daba a la calle ni tenía balcón. Una luz blanca que encendía los colores. La colcha verde manzana, las alfombritas lacre, los almohadones que había hecho ella misma para los sillones de mimbre, de un intenso turquesa, todo brillaba, flamante, impecable. Que nada viejo enturbie la luz, nada sombrío, nada usado, nada ajado. Ninguna historia que contar, nada para recordar. Como si fuera posible zanjar el pasado y borrar hasta última de sus  huellas. 
Ni un reproche, ni una mirada de descontento para aquella que no veía ni quería ver y recortó el tiempo con tijerita. Burbuja de sanidad para acunar el sueño que sin embargo un poco más tarde, explotaría como pompa de jabón. ¿Quién tiene el catalejo de la vida? En el curso de una noche, al sonar nefasto de un timbre, todo pasaría a pender de un solo y delgado hilo que velaría días y noches. Pero ahora, en esos días de marzo de 1976, la vida empezaba a tener sentido y no se animaba ni respirar profundo por si estuviera soñando.
La única realidad pasaba por el espejo, por la imagen lentamente modificada que consultaba a diario. De frente, perfil o medio perfil como si de tanto mirarse corriera el tiempo más rápido y diera un poco de sosiego a la ansiedad. Las luchas internas por su contextura, que excedía con creces el promedio venerado de la época, habían quedado atrás. Usaba el pelo tirante y un rodete en la nuca que le quedaba bien, lo sabía, además de decírselo la vecina del primero, tan hermosa, casada con el ruso que estaba detenido en una comisaría de La Plata y al que hubo que alcanzarle un colchón. Pasaban cosas extrañas en aquella comisaría, se escuchaban tiros, gritos de reclusos, y se observaban movimientos extraños. Le constaba el clima de angustia y recelo, el miedo a transitar de noche la calle Larroque, las itacas que apuntaban a los desprevenidos automovilistas, las historias en boca de todos, el silencio preventivo de muchos.
Tomaba el tren a Retiro y el colectivo que bordeaba la costanera hasta la ciudad universitaria, pabellón II, ciencias exactas, rabiosamente empapelado. Se incorporaba a la extraña, sórdida,  realidad de pasillos desiertos y caras demudadas que no alcanzaba a comprender, sin detenerse ni mirar a los costados. Nada la distraería de esa oportunidad tantas veces postergada. Ni esos molestos que irrumpían desprevenidamente arengando a viva voz. Dejala, es una gorila.