18 sept 2007

El carácter libertario de la traducción recíproca


Toronto, Mayo de 2006 - Texto leído en la mesa redonda "Traducir a Nicole Brossard" en el marco del Coloquio "Traducir las Américas"



“Traducir las Américas”, lema del coloquio que hoy nos reúne, reverbera de modo sugerente cuando se trata de analizar el complejo fenómeno que significa trasvasar cultura entre países como los nuestros, simultáneamente reunidos y distanciados por una realidad geográfica que nos condena ineludiblemente a los extremos. Efecto que se intensifica cuando el objeto de análisis es la obra de Nicole Brossard donde la idea de traducción como capacidad inclusiva es una constante, y resulta particularmente notorio en Diario Intimo, libro que he elegido traducir y por el que fui convocada.
Contradiciendo las convenciones del género autobiográfico, la representación que Brossard hace de sí misma resiste una definición. Es y no es un diario íntimo. Es y no es Nicole Brossard. Así, todo parece “bascular en los extremos”.
Mucho se investigó sobre el origen y evolución de la escritura autobiográfica y existen numerosos ensayos teóricos dedicados al análisis de esta práctica que encierra los misterios indiscernibles del alma humana. Pero como dice Barthes, “El ser humano es oscuro por complejidad, no por ocultamiento” y la verdad de su existencia nunca podrá ser lineal, siempre ocupará una zona no definida entre lo que el autor cree ser y lo que el mundo cree que es. Realidad y ficción se hacen presentes. Lo mejor de la escritura sucede en esa “zona de turbulencias” que hace de solución de continuidad a la riquísima antinomia del mundo. Pretensión de verdad que requiere de un acercamiento asintótico, tendiente a la idealización. La escritura avanza hacia el misterio y es lo único que sostiene su búsqueda. No importa saber que nunca se llega, el círculo se va estrechando y basta para satisfacer en parte el inacabable deseo.
Respondiendo a necesidades de diversa índole y muchas veces depredado por la curiosidad morbosa de la posteridad que ilegítimamente se aventura a interpretaciones y conclusiones equívocas, el diario íntimo viene evolucionando desde aquél minucioso registro diario de otras épocas, por tanto tiempo sede de la subjetividad femenina, hasta el género literario de nuestros días. Sin embargo, nada puede evitar el intento de desenmascarar ese yo que se constituye como personaje.“Il faut être insensée pour confier l´essentiel à quelqu´un ailleurs que dans un poème”, dice Brossard. Y sin duda en Diario Intimo se hacen presentes muchos de los modos y maneras de la poesía; “las frases no se suceden siguiendo un orden conceptual sino presididas por las leyes de la imagen y el ritmo. Hay un flujo y reflujo de imágenes, señal inequívoca de la poesía”, señala Octavio Paz refiriéndose a obras tratadas desde la prosa.
Diario íntimo es el resultado de una exposición de textos fechados en orden no correlativo pero tampoco aleatorio, vinculados entre sí por un entramado de relaciones. Así, la vida de Brossard aparece expuesta en un diorama que permite múltiples recorridos y una narrativa particular por cada uno. Una exposición prendida “al muro de la cultura” donde es posible vislumbrar las distintas vertientes que la constituyen, asistir a momentos memorables tanto como compartir la emoción en curso. Un viaje imantado por el erotismo de su escritura, debido no sólo a los inefables efectos multimedia de esta asombrosa construcción, sino al continuo desafío de permanecer -nervio expuesto- a la intemperie.
Vislumbrando proféticamente la necesidad de remover mordazas estructurales, Brossard ha hecho de la traducción parte de su visión del mundo. Duda de las formalizaciones de su propio idioma, lo desarma, explora las materialidades de su sintaxis en un movimiento donde mirada y lengua se sincronizan en un nuevo rearmado, liberándola así de su sentido unívoco. Concebida de un modo análogo, es decir, proporcionalmente semejante al original, la traducción resulta un invalorable mecanismo de representación para pensar y comprender la diferencia en toda su extensión de significado. Una preocupación central en la obra de Brossard cuya visión inclusiva revaloriza la traducción como parte constitutiva del original. Frente a esta extraordinaria maniobra se coloca su traductora que será obligada a una similar aventura. No es lo mismo la traducción de un texto autobiográfico, de connotaciones mucho más intensas y comprometidas que la de cualquier otro. La operación involucra de manera directa la subjetividad de la traductora que asume esa propuesta de intimidad.
El proceso comienza en un punto no previsto de la relación con el texto, no antes del necesario duelo que implica abandonar cierto statu quo para proyectarse en un espacio con fuerte pulsión de lo emocional y escasa estructura de la lógica. La zona sombría y sensible donde acontece el diario. Como jugando a las escondidas, entre líneas, fueron varias las lecturas preliminares y muchos ir y volver sobre el texto antes que pudiese decir: Bonjour Nicole. La idea de traducción, que tan apasionadamente ocupa el pensamiento de Brossard y que equivale a conocimiento y reconocimiento, valorización y diálogo me acompañó en la difícil tarea de traducirla, sabiendo sin embargo que no estaba sola. Desde el rabillo del ojo, la autora guiaba la mano de su traductora, acompañando la tarea en un gesto de complicidad.
Si bien la comprensión de cómo opera otro idioma nunca basta, los límites naturalmente impuestos al traductor se acrecientan aún más cuando el sentido se nutre específicamente de características físicas como volumen, luz y sonido. Pese al arduo trabajo de aproximación, las pérdidas son cuantiosas y, muy especialmente, tratándose de traducir las “puestas del texto”. A la manera de un brain storming de la conciencia, la secuencia armada por Brossard al final de cada capítulo, desencadena un barrido de imágenes y sonidos donde la lengua del Québec habla por sí sola. Y al narrarse a sí misma, las vertientes culturales que la constituyen tienen especial protagonismo. El francés, reformulado en cuna americana, lleva además la impronta de su escindida convivencia con el inglés. Diferentes aportes que confluyen en suelo americano para otro matiz en la visión del mundo.
Toda traducción presenta conflictos y está bien que así sea porque forman parte del juego de tensiones que garantiza la supervivencia. El pasaje debe ser costoso y resuelto en la pericia y la profunda reflexión de quien medie, como estrategia de preservación de ambas “moradas” (es decir ambas culturas, ambos idiomas) para evitar la intromisión, el uso abusivo o la malversación de las reservas. El esfuerzo por mantener el equilibrio me recuerda a modo de metáfora una relación presente en la naturaleza: la tensión superficial sodio-potasio, reguladora del pasaje de nutrientes a uno y otro lado de la membrana celular. Es decir, compensar la energía para una convivencia armónica. Sin embargo, los resquemores de una apropiación indebida siempre reaparecen. Por más ducho que sea el traductor, por más precioso que sea su trabajo, ¿qué lo autoriza a interpretar y modificar el texto original? La relación del texto con la lengua de origen es de una simbiosis tal que cualquier intento de traducción es resistido a través de una actitud de macartismo cultural que parece señalar la tarea de traducción como una mera degradación del original y también como si se cediera una parte del patrimonio cultural.
Pese a todo y afortunadamente, “la traducción existe”. La expresión de Ricœur resulta tranquilizadora no sólo para el lector que, como él mismo dice, puede acceder a textos en otras lenguas, sino también para el traductor que, frente a tantas “imposibilidades”, ve de algún modo legitimado el acto de traducir. Saber que la traducción es posible no simplifica el trabajo, siempre será arduo y apasionado, pero contribuye a no dejarse llevar por el aplastante etnocentrismo de origen, valorizar la propia cultura y no renegar de los recursos, muchas veces de inigualable riqueza, que ofrece el propio idioma.
Decir que la traducción existe es otorgar existencia al resto del mundo, aun dentro de las variaciones de la misma lengua y como dice una investigadora argentina, Patricia Wilson “tiene como norte la voluntad de comprender lo distinto, la necesidad de acercarse a la alteridad sin anularla”. Un corrimiento en la perspectiva que desarticula la paralizante noción de subproducto, invariablemente a la sombra del original.
Sin embargo, además de las siempre complejas relaciones entre lengua y cultura que tienen que ver con la traducción en general, tratándose del renombrado par Norte-Sur, no podemos ni debemos ignorar una realidad que venimos arrastrando desde hace siglos. Hay esquemas de poder que pesan en la cabeza y linajes culturales que resisten toda intervención. Las relaciones de poder reproducen el cliché hasta el infinito y se constituye en un valor medular rigiendo cada aspecto de la correspondencia.
Dicha realidad no ha cambiado demasiado desde mi primer encuentro con la obra de Brossard en 2000, cuando se presentó El presente de la pulsación, primer libro de su vasta obra traducido en la Argentina y también el primero que tuve oportunidad de leer. Esa noche compartimos la cena con un grupo de escritoras argentinas; apenas había podido cruzar unas frases gentiles con Brossard y ya nos despedíamos cuando una de las poetas presentes le sugirió la posibilidad de traducir otro de sus libros. Un tiempo después recibió el ejemplar de Journal Intime, suivi d´Œuvres de Chair et métonymies, editado por Les Herbes Rouges que Brossard le había enviado desde Montreal y me propone traducirlo juntas. Por distintos motivos, terminé haciéndome cargo de la totalidad del trabajo.
Pese a iniciativas privadas, siempre intensas y amorosas como las que acabo de narrar, que surgen de situaciones meramente coyunturales como habitualmente se dan en el Sur, y a las iniciativas institucionales, como las de Canadá por ejemplo, que promueven el intercambio y apoyan con ciertos subsidios esta tarea a la intemperie, lo cierto es que la legendaria desigualdad Norte-Sur sigue vigente.
Un fenómeno que se evidencia en el escaso interés por conocer y traducir autores latinoamericanos y al que quizás contribuya fuertemente la falta de simetría en las políticas de fomento. Debido a sus economías regionales, sujetas a la realidad hegemónica neo-colonialista, Latinoamérica está lejos de equiparar el respaldo con que el Norte apoya la gestión cultural. El Norte, digo, como gran metáfora de poder donde también Canadá es subsidiario de ciertos privilegios y participa en menor grado del carácter subalterno del resto. Desde la subvención de un proyecto hasta la cobertura de sus gastos, los autores y traductores del Norte se abocan a sus tareas específicas con la tranquilidad de tener allanadas ciertas cuestiones administrativas. La inversa es notoriamente desigual, responder por ejemplo a una propuesta de intercambio, como la que hoy nos reúne, significa costearse los gastos y si no estuviera al alcance, decidirse a la penosa tarea que implica motivar la ayuda de propios y ajenos -costo moral implícito- o por último renunciar pensando que quizás tanto esfuerzo no valiese la pena.
También es posible que la intensa actividad que desarrollan los grandes pulpos monopólicos editoriales, de América del Norte y Europa, le reste probabilidades a emprendimientos provenientes del Sur que, por lo general, no satisfacen los imperativos del mercado y que los pocos que llegan a concretarse sean a través de pequeñas editoriales sin la misma capacidad operativa.
La desigualdad no sólo se traduce en un mayor o menor caudal de tránsito sino en muchos otros aspectos cualitativos. Tener supremacía económica implica per sé la facultad de elegir y planificar la circulación de los productos locales respondiendo a intereses propios sin que necesariamente deban importar los intereses ajenos, como así también de regular en cantidad y calidad la entrada de los productos foráneos que mejor convengan a los lineamientos de sus políticas culturales.
Un control que además de favorecer necesidades internas, interviene paralela y subrepticiamente el sistema cultural de los países afectados. No pudiendo oponer una política similar por falta de recursos, quedan inermes frente al ingreso de una cantidad indiscriminada de material de acuerdo a un criterio de selección que les es ajeno. En este punto vale la pena señalar que, paradójicamente, Latinoamérica es materia prima de investigación de diversas disciplinas que reenvían luego sus trabajos para ser editados y vendidos en la arena local con el correspondiente valor agregado.
Traducir las Américas, en su sentido inclusivo y reparador, implicaría un profundo cambio. Equilibrar el mapa depende prioritariamente de lograr una eficiente distribución de la riqueza con miras independentistas, capaz de reivindicar a los países históricamente sumergidos por un poder colonizador que impide un crecimiento acorde a sus reales posibilidades. Simultáneamente, y como propone Brossard, desde un plano subjetivo, se impone un cambio rotundo de visión que destierre del mapa de las Américas las prejuiciosas falsedades que inspira la diferencia y siguen interceptando los caminos de acceso.

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